En esta infografía nos adentramos en cómo reacciona el cerebro ante la injusticia y por qué hay que revisar los sistemas para lograr una verdadera equidad.
Comencemos con algunas definiciones. La equidad se define como “la ausencia de disparidades sistemáticas… entre grupos con diferentes niveles de ventaja/desventaja social subyacente, es decir, riqueza, poder o prestigio”.
Una parte crucial de esa definición es la palabra sistemática. Por sistemática, nos referimos a formas intencionales, formales y explícitas de opresión, como las leyes aplicadas durante la era de Jim Crow en el sur de Estados Unidos o los esquemas de líneas rojas practicados en las principales ciudades del norte a lo largo del siglo XX. La opresión sistemática es visible y, en su mayor parte, ahora flagrantemente ilegal.
Pero el legado de la opresión sistemática es la disparidad sistémica, que se manifiesta de varias maneras: una escasez de jefes corporativos diversos, peores resultados de salud entre las comunidades tradicionalmente subrepresentadas y la creciente brecha generacional de riqueza entre las personas de color y las personas blancas. El racismo sistemático es tenaz, arraigado en las mismas instituciones y organizaciones de la sociedad, e influye en las políticas y los procedimientos de formas que son invisibles para la cultura dominante.
La equidad busca remediar estas disparidades tomando en cuenta las ventajas y distribuyendo los recursos para lograr resultados iguales. Pero eso no significa que la equidad sea igualdad.
Todos conocemos esa sensación de ser tratados injustamente, ya sea por una sola persona o por un gran sistema. Y es en este último caso donde realmente entra en juego la equidad. A continuación, analizaremos cómo reacciona el cerebro ante la injusticia y por qué deben revisarse los sistemas para lograr una verdadera equidad.